“Los Simuladores es basura sobreactuada, unfunny, completamente cringe, nunca entendí si quiere ser seria o joda o las dos cosas, me resulta completamente incomprensible su éxito pues no entiendo como alguien soporta ver más de 3 minutos de gente actuando mal con historias tan idiotas encima.
“pero que querés que te diga: si vas a ser una comedia, tené jokes. Si no vas a ser una comedia, no seas tan increiblemente idiota en tus premisas ni actues tan mal apropósito, kseyo
I really never got it, me sentí weird cuando vi algo de Simuladores porque la gente lo AMA y yo literalmente prefiero mirar una pantalla en negro, me da DOLOR FISICO de cringe.”
“Los Simuladores es un bundle de bad acting y diálogos pelotudos semipretenciosos”
“Banco a Los Simuladores, pero dale”
La defensa que quiero hacer es que esas malas actuaciones, esos personajes tipificados infantiles y esos diálogos semipretenciosos y cringe también son rasgos estilísticos que ayudan a avanzar dos de las tesis centrales y relacionadas de la serie: Primero la lógica del simulacro y segundo el narcisismo como patología endémica entre la gente que va por ahí causando dolor y destrucción sin ningún mecanismo social que la detenga.
Empezando por la parte del “simulacro”, esa palabra nos remite al filósofo francés Jean Baudrillard y a su libro Cultura y Simulacro, popularizado a través de Matrix. Pero Los Simuladores es una mejor interpretación del concepto filosófico que Matrix. Según el propio Baudrillard, Matrix interpreta su obra como una reversión de la alegoría de la caverna de Platón. Está el mundo de la ilusión, de la simulación, de las sombras proyectadas en la pared de la caverna para la gente que está ahí cautiva y afuera está el mundo real, al que el filósofo accede después de liberarse de las ataduras y tomarse la pastillita roja. A lo largo de la saga las películas van moviendo los postes diciendo que la posibilidad de escapar de la simulación era en realidad también parte de los planes de la Matrix. Pero siempre hay una realidad real posta en alguna parte, aunque solo sea la inteligencia que gobierna la Matrix la que puede acceder a ella.
Pero en Cultura y Simulacro, Baudrillard no dice eso. Él empieza con un cuento de Borges, “Del Rigor de la Ciencia” donde La Matrix viene a ser El Imperio. Los cartógrafos del Imperio tratan de hacer un mapa lo más preciso posible de sus dominios y arman mapas cada vez más grandes y detallados hasta que se dan cuenta que la empresa es inútil. Un mapa que describa con exactitud todo lo que hay en el imperio es del mismo tamaño que el imperio, entonces no sirve para nada. Esto es un problema para la ciencia, porque su trabajo es justamente describir con exactitud todo lo que pasa en la realidad.
Nuestra realidad podrá ser determinista pero al mismo tiempo es computacionalmente irreductible. No se puede predecir el estado final de un sistema computacionalmente irreductible aunque conozcamos las condiciones iniciales y las reglas que lo gobiernan de otra forma que dejándolo correr y viendo que pasa. Por lo tanto los cartógrafos, los científicos, solo pueden limitarse a estudiar pequeños fragmentos de la realidad que sí son reductibles a una imagen, a un modelo, a un mapa. La única forma de abarcar la totalidad de los simuladores es viendo los simuladores. Si yo después quiero hablar de los simuladores, sí o sí me tengo que detener en elementos puntuales, y sin importar que tan larga y detallada sea mi explicación, siempre va a ser incompleta.
Pero lo que hace Baudrillard es primero invertir la metáfora de Borges e imaginarse los fragmentos del Imperio colapsado desparramados sobre el mapa gigante que usamos para darle sentido a la realidad. Pero el punto no es que la imagen es más real que la realidad. Si no que la sola posibilidad de que la relación entre el Mapa y el Territorio, entre El Imperio y el modelo que arma sobre sí mismo pueda ser invertida habla de que estamos lidiando con dos imágenes y nunca con la realidad. Solo un símbolo puede ser manipulado de esa manera.
Entonces lo que percibimos en nuestra vida diaria como “realidad”, resulta ser un mar de símbolos que en ningún momento se refieren a otra cosa que a otros símbolos debido al poder que tiene El Imperio de cortarlos y reorganizarlos como quiera según su ideología. Y a la vez este poder causa directamente la desintegración del relato que sostiene al imperio, porque la imposibilidad de completitud deja la puerta abierta a la proliferación de relatos competidores. En palabras de Baudrillard, las imágenes asesinan lo real.
En este orden, las actuaciones y los diálogos y las situaciones de Los Simuladores no pueden ser fácilmente clasificados como verosímiles o inverosímiles, como una imitación o una reiteración de lo real que puede llegar a ser más o menos imperfecta. Ni tampoco enteramente son una parodia de lo real sino que son una suplantación de lo real por los signos de lo real. Para Baudrillard, la única realidad que se puede representar en un medio de masas es la hiperrealidad, un mar de símbolos.
¿Y por qué esta clave de lectura describe a Los Simuladores y no es tan útil para cualquier serie o película? Primero porque este trasfondo filosófico está integrado con la premisa de la tira, que es que hay un grupo de personas que hace operativos de simulacro para resolver problemas. Y el hecho de que los problemas puedan ser resueltos mediante simulacros habla de que también son simulacros de problemas.
Y para lo segundo nos tenemos que ir a otro autor que es Christopher Lasch y a su libro La Cultura del Narcisismo. La vida americana en la era de las expectativas decrecientes. Es decir, en la era donde un imperio universal se empieza a fragmentar sobre su propio mapa.
La definición que Lasch hace del narcisismo es distinta a la definición clásica de Freud, del tipo enamorado de su propio reflejo. Pero la definición no cambia porque, como se suele decir, Freud era un falopero que estaba completamente loco. Era un falopero que anotó detalladamente sus observaciones sobre los pacientes que trató, pero que después cambiaron los pacientes. Los contemporáneos de Lasch reportaban patologías psicológicas muy distintas a las que reportaba Freud.
Dice Lasch que los pacientes que empiezan a aparecer después de la Segunda Guerra Mundial y a lo largo de la década del cincuenta ya casi nunca se parecen a los neuróticos que describía Freud. No sufren de fijaciones debilitantes, fobias o de la conversión de energía sexual reprimida en dolencias nerviosas. Empieza a volverse más común por un lado el paciente que está entre la neurosis y la psicosis, pero que no viene con síntomas bien definidos. Que describe más bien insatisfacciones difusas. Que siente que su vida es estéril, amorfa y sin sentido. Que habla de sentimientos vagos pero constantes de vacío y depresión, oscilaciones violentas en su autoestima que solo terminan cuando se pega a una figura fuerte que admira, cuya aceptación anhela y por quién necesita sentirse apoyado.
Y por el otro personajes caóticos cargados de impulsos. Pacientes que representan sus conflictos en lugar de reprimirlos o sublimarlos. Pacientes que cultivan una superficialidad defensiva en sus relaciones emocionales. Que tienden a ser más promiscuos que reprimidos, pero su relacion con el sexo sigue careciendo de un elemento de juego. No pueden hacer duelo debido a que la intensidad de su furia contra los objetos de amor perdido, en particular contra sus padres, evita que revivan experiencias felices y las atesoren en la memoria. Los pacientes son hipocondríacos y se quejan de sentimientos de vacío interior y al mismo tiempo entretienen fantasías de omnipotencia y una fuerte creencia en su derecho a explotar a otros y ser gratificado por ellos. Esos son los narcisistas.
La definición de Lasch de narcisista es alguien que crea una identidad y la valora por sobre todas las otras cosas, y cada momento de su existencia está dedicado a perpetuar esa identidad y en tratar de que los demás la crean también. Cabe destacar que el narcisista no está fingiendo. Está convencido de que esa identidad es quien realmente es. Es su marca. El problema es que cualquiera que desafía esa identidad es el enemigo y debe ser destruido.
En cada caso de Los Simuladores, empiezan con una investigación que es un juego de buscar al narcisista. Y después viene Santos y arma el operativo alrededor de él o de ella. Es decir, alrededor de gente que ya se estaba auto-haciendo un simulacro, mucho antes de que ellos llegaran. No es que la víctima cae siempre en el operativo solo porque es una serie de televisión. Cae siempre porque está obligada a actuar para defender su identidad. Convencer a otros de que es quien cree que es. Estamos tan alienados e importamos tan poco para la sociedad en general, que aquello que más inflama nuestras pasiones es que venga Ravenna y nos haga acordar de eso.
-Estoy a cargo del operativo
-Ya no.
Por eso el acreedor de Bonelli acepta un duelo de pesca en vez de romperle todos los huesos, como hubiese hecho si no le importara lo que las minusas piensen de él. Las necesita para que validen su identidad, lo más valioso que tiene. Es la característica fundamental de la patología. El narcisista no siente culpa (por eso es un garca), solamente vergüenza, e ira cuando lo cuestionan. Es capaz de ir a la guerra para defender su identidad.
Milazzo no puede dejar pasar la oportunidad de ser un héroe de acción, porque toda su identidad es que es un héroe de acción. Y en realidad no hace falta que haya unas minas estén ahí físicamente presentes mirándolo o que la cámara en la selva esté prendida. Vivir una vida mediada por imágenes hace que sea muy difícil no responder a las acciones de otros como si tanto esas acciones como las nuestras estuviesen siendo todo el tiempo grabadas, transmitidas y examinadas en detalle por una audiencia invisible. Nótese que los simuladores existen mucho antes que los smartphones, las redes sociales y las calles llenas de cámaras de vigilancia.
Y nótese también que los Simuladores pueden forzar a un narcisista a actuar de determinada manera desafiando sus fantasías pero también dándoles de comer, como en el caso del Vengador Infantil cuando convencen a un chico que es básicamente un superhéroe o el de Torelli, alias Plotkin, alias El Topo, que quiere vivir adentro de un filme noir. En ese caso, la mujer de Sarasola es borderline, lo que quiere decir que quien es se adapta a la persona que tenga al lado. Por eso le digo “la mujer de Sarasola”, porque no tiene identidad propia. Es el complemento perfecto del narcisista, dispuesta a ser un personaje secundario en su narrativa personal. Por eso no puede dejar la relación con su marido así nomás. Tiene que dejarlo por otro narcisista, uno que le suministre un nuevo papel para representar, ahora dentro de un noir.
¿Pero qué pasa si no hay narcisista? Es una pregunta trampa: si no hay narcisista no hay necesidad de operativo. La función del grupo es interceder allí donde el sistema no intercede. Y para el sistema, el imperio, la matrix, más que una patología, el narcisismo es el sentido común imperante. Sentido común imperante quiere decir que trata de aplastar a los que no conforman. En piloto automático, sin necesidad de simuladores. Dice Byung-Chul Han en “The Burnout Society” que la modernidad es inmunológica. Hay un gran organismo (un gran relato, un gran sistema) que es hostil a todo lo que es otro. Aca sigue a Foucault cuando señala que los tipos sociales como “homosexual” o “loco” son producto de historias discursivas contingentes y no de categorías ontológicamente robustas y naturales. Y después está la postmodernidad que no tiene realmente otredad. Puede asimilar todo en una masa gris indiferente o puede mantener todo diferenciado en un plano de igualdad. No hay centro, son todos nichos y periferias. Pero nuestras instituciones no saben eso, son un producto de la modernidad, y entonces al loco lo encierra y los que quedan dando vueltas sin ser aplastados, listos para cagarle la vida a la gente, probablemente terminen siendo narcisistas descontrolados.
No es culpa de Instagram. Para Lasch, esto ocurrió a través de la cultura de masas y especialmente del cine. Los cineastas se enamoraron de Freud y metieron referencias a su obra por todos lados. Entonces hubo una generación que creció con el cine y lo usó para reordenar su conciencia y prepsiconalizarse antes de entrar al consultorio. Pero parece que si no tenes cuidado todo lo que arregles en tu cabeza rompe otra cosa, y esa generación desarrolló otra patología: el narcisismo. Marshall McLuhan diría que no importa el contenido que los cineastas hayan puesto en sus películas. La sola forma en que nuestros sentidos interactúan con el medio ya es capaz de producir gente que vive convencida de que está adentro de una película y que es el protagonista. Algunos tienen clara que película, como el compositor Charbone que se identifica con Rocky enfrentándose a Apollo Creed. Y otros, como los padres en el Matrimonio Mixto, necesitan sí o sí que la relación de sus hijos sea sobre ellos para poder aceptarla.
Ahora entra el procedimiento físico de la simulación, que coincide con el de la productora cinematográfica. No solo porque Los Simuladores extorsionan a la gente a cambio de utilería y colaboración, porque el protagónico es amigo del director, y porque siempre tratan de no pagarle a los extras y ahorrar en todo. Que los operativos sean «berretas» es una forma de abaratar el costo de la serie, que cuenta con un presupuesto de dos pesos a pagar en diez años, pero también es relevante como técnica de simulacro. Esto es, usar una limitación real como un recurso estético. Primero, porque las ilusiones burdas son las más fáciles de mantener. El mostro que es un tipo con una máscara interactúa de forma más creíble con la luz y con su ambiente que el CGI reloco que a veces parece que está flotando.
Segundo, porque la víctima del operativo debe ser capaz de comprender lo que le está pasando. Si se intentase engañarla en un campo en el que no tiene una idea preconcebida o mediante tramas que no vio en ninguna película, sería virtualmente ciega al engaño. No le quedaría impresión del mismo que pudiera poner en palabras. No sería capaz de actuar como uno esperaría en base a su perfil psicológico. Revertiría a tomar acciones al azar, a hacer cualquier cosa. Como decía David Mamet, que hizo muchas películas que influyeron en Los Simuladores, no podes bluffear a alguien que no está prestando atención.
En base a esto, si un operativo se parece a una película que ya existe, es incompleto decir que Szifrón está nada más homenajeando o remixeando las películas y los libros que le gustan. Mejor es decir que los propios simuladores y sus víctimas vieron esas películas o leyeron esos libros y construyen diariamente su realidad a partir de ese material.
No importa que el alien se infla porque hay un tipo soplando a través de una manguera. El propio narcisista llena las grietas porque le sirve para su propósito fundamental de preservar su identidad. Lo que hace la patología es que no te deja pensar que las cosas que suceden, buenas o malas, se traten de algo que no tiene que ver con vos.
Y hablando de vos, la serie también tiene algo que decirte si la amás y, en particular, si admiras a Los Simuladores y, en particular, a Mario Santos.
Para ejemplificar esto comparemos a Los Simuladores con otras series más o menos contemporáneas y más o menos prestigiosas. ¿Qué tienen en común Los Simuladores con Los Soprano, Mad Men, Breaking Bad, Dr. House? Que los protagonistas de todas esas series son narcisistas, y muchos espectadores los terminan admirando o queriendo imitar por eso. Porque Mario Santos también es un narcisista. Es exactamente como Don Draper o el Dr. House. Usa su excelencia en un campo para excluirse de seguir ciertas normas sociales o legales. Ravenna haciendo de Máximo Cozzetti está fingiendo. Francisco de Aguirre haciendo de Mario Santos no finge. Está convencido de quién es. Lo que es atractivo de él es justamente que sabe quien es, y qué hacer en cada situación.
Entonces la gente que se deleita con las venganzas y las humillaciones que Los Simuladores desatan sobre los financistas, los empresarios, estafadores y demás es tan amoral como los estafadores, solo que menos capaz de acción. En definitiva están haciendo lo que hace la mujer de Sarasola con Sarasola o con el Puma Goity. Se pegan al narcisista para experimentar vicariamente su potencia. Pero, paradójicamente, es una potencia que no es equivalente con la libertad de acción. El narcisismo, esa capacidad de proliferar siendo inmune a la retribución del sistema te saca tanta libertad como te otorga. Por eso un narcisista es tan manipulable por un operativo, porque está obligado a actuar para defender su identidad. Sabemos que Santos se va a pedir un Earl Grey siempre porque no puede simplemente tomarse cualquier té. Si acepta un té negro sentiría cuchillos calientes atravesándole el cerebro y los materializaría en su mano para apuñalar al subalterno incompetente que se lo trajo, probablemente Vanegas.
En sí no son literalmente todos los espectadores los que hacen eso de querer ser como Santos o Don Draper. Son los que rinden culto a la excelencia. Pero lo brillante que tiene la serie es que la identidad de Santos está construida en oposición total con aquello que representan los espectadores quieren ser como Santos. Cuando Santos hace un monólogo despotricando contra la década del 90’. Que dice, quien lo dice, a quien se lo dice, y cómo reaccionan ayudan a que el espectador haga che, pará. Esa es la función de los diálogos semipretenciosos que la gente o no se banca o bien agarra y clipea para youtube: Santos usa un monólogo kitsch para quejarse del kitsch, estética predominante de la nueva década infame.
Kitsch es agarrar un estilema, un cacho de un contexto artístico, y ponerlo en otro lado donde no va. Es la simulación del arte, es decir, reducido a los signos. Por ejemplo, un almohadón de la mona lisa. La mona lisa es una sinécdoque de “Todo lo artístico” entonces es un atajo para decir que sos artístico, que te gusta el arte. El arte producido por IA es kitsch porque trabaja de esa manera, en respuesta a un prompt que puede ser “haceme un retrato de Mario Santos con el estilo de Van Gogh o de Frida Kahlo”. Es kitsch la remera del Che Guevara en vez de hacer la revolución pero también ponerte saco y corbata en vez de hacer la revolución. Sucede cuando los valores estéticos son separados de sus contextos culturales, y se busca un disfrute estético o intelectual eficiente y sin molestarse por la cultura que rodea el estilema. Es fundamentalismo estético en la medida que persigue la excelencia en la forma de una belleza exenta de cultura. El uso del kitsch en Los Simuladores la separa de las otras series que nombré antes. Las otras series tratan de ocultar el kitsch más identificable como tal por los espectadores en su conjunto pero al mismo tiempo no pueden dejar de usarlo porque persiguen la excelencia. Su éxito y su financiación dependen de que sea vista como una serie hecha de manera “correcta” y la manera más eficiente de hacer esto es copiar los estilemas de una vanguardia anterior porque son prestigiosos. Umberto Eco cita a Walther Killy en su ensayo sobre el kitsch para describir este arte como un “típico logro de origen pequeño burgués, medio de fácil reafirmación cultural para un público que cree gozar de una representación original del mundo, cuando en realidad goza sólo de una imitación secundaria de la fuerza primaria de las imágenes”.
Olivier Roy, otro filósofo francés, describe el proceso como deculturazión, y la causa es lo que dice Santos de la globalización, el neoliberalismo, el individualismo, que juntas desacralizan las prácticas culturales locales y las reemplazan por una colección de tokens estandarizados, de pequeños memes. Un sistema de códigos culturales precarios, intercambiables y que no tienen valor en si mismos, sino que solo sirven para enmascarar la ausencia de cultura. Lo que queda detrás de la deculturación es nada más que el poder como único juez estético y moral. Es decir, el poder de imponer tu particular con aspiraciones de universal sobre los particulares de los demás.
Un ejemplo de deculturación es un tema recurrente en Los Simuladores que es la nostalgia infantil. Puntualmente alrededor de Medina que es fan de Disney y las mujeres que podrían ser su madre y recorre zoológicos y jugueterías mientras compone sus poemas y canciones kitsch. En Cultura y Simulacro, Baudrillard dice que Disney se pretende infantil para hacer creer que los adultos están más allá, en el mundo «real», y para esconder que el verdadero infantilismo está en todas partes y es el infantilismo de los adultos que viene a jugar a ser niños para convertir en ilusión su infantilismo real. Es decir que la emergencia de Disney como amo plenipotenciario de toda la cultura significa que no hay más adultos en ninguna parte y por eso a Medina lo dejó la mujer. Y a todos en la serie los están dejando todo el tiempo las mujeres.
Para cerrar quiero volver a remarcar que las obras de arte son sí mismas, tan computacionalmente irreductibles como la realidad. Nosotros las descomponemos en cuestiones como color y misterio y temas para poder hablar de ellas, pero solo funcionan si son un todo. Como el caballo solo corre si está entero. Lo que hace genial a la serie no es contar con alguno de estos elementos de los que vengo hablando, los psicológicos y los sociológicos, las referencias a Baudrillard o el narcisismo o la crítica al neoliberalismo. O incluso con todos estos elementos juntos. La serie no es una bolsa de conceptos teóricos y si le metemos más conceptos teóricos adentro nos da una mejor serie. La maestría de los medios empleados se nota en la forma en que los elementos están integrados entre sí junto a las actuaciones y los diálogos y el encuadre de la cámara y demás para modificarse mutuamente y crear una estructura que es a la vez más sólida, armónica y más resistente pero también más porosa y permeable a múltiples lecturas. Una obra de arte no dura porque es perfecta, porque es un torreón defensivo inatacable por las críticas. Es más bien como el hormigón romano que se vuelve más fuerte a medida que reacciona con el agua de mar que se filtra entre sus grietas.
¿Por qué alguien dedicaría tantas palabras a quejarse de una serie? Are they stupid?