I.
En el capítulo anterior dijimos que el objetivo cibernético de la parrhesia, de la libertad de expresión, es ser una herramienta para permitir el cambio dentro de un sistema. Libertad de expresión quiere decir que vos podés hablar en contra del gobierno y el gobierno no te puede meter preso o fusilar por eso. Un orador trata de convencer a la asamblea de que se despierte, que rechace algo que antes aceptaba o que acepte algo que rechazaba. Una voz en tu cabeza en lo alto de la noche revisa tus creencias y tus opiniones, y trata de precipitar un cambio en tu estilo de vida, en cómo te relacionás con otros y en cómo te relacionás con vos mismo.
La palabra Parrhesia puede ser usada en un sentido positivo o en un sentido negativo. Cambiar puede ser para bien si el parrhesiastes es sabio o cambiar para mal si habla pelotudeces. Este es uno de los problemas que hay en una sociedad democrática. Si es el pueblo el que ejerce el poder y todos son iguales ante la ley, entonces hay que darle el mismo lugar a todas las formas de expresión, incluso a las peores. Y justamente porque se da la palabra a los peores ciudadanos, a los más inmorales, incompetentes y estúpidos, aparece el riesgo de que estos ciudadanos sean los que ejerzan mayor influencia sobre la ciudad y la lleven a la tiranía y el desastre. Surge entonces la pregunta de cómo hacer para reconocer a un verdadero parrhesiastes, uno que no nos esté guiando hacia el desastre a punta de pelotudeces.
Para los griegos, la solución era ser muy selectivos con quien podía hablar ante la gente de la ciudad y quien no. Había, primero, que ser ciudadano. Esto quiere decir “no extranjeros” pero también no mujeres, no niños, no esclavos y no pobres en general. Esos calladitos son más bonitos. Y además de ser ciudadano había que ser honorable, tener buena reputación y venir de una familia que también fuese honorable y tuviese buena reputación. Lo que tenemos ahí es una ley de Wilhoit en acción: un grupo dominante al que la ley sirve y protege pero no ata, y grupos subalternos a los que la ley ata pero no protege ni sirve. Todas estas restricciones a la participación política acotan el horizonte no sólo de los cambios posibles, sino también de la información que precipitaría esos cambios. Esto es una potencial fuente de inestabilidad.
II.
Plutarco en sus Vidas Paralelas propone otros dos criterios para dirimir quién tiene la posta y quien no: Primero es que tiene que haber una conformidad entre lo que el decidor de la verdad dice, su logos, y cómo se comporta, su bios. Foucault reconoce ésta armonía en el diálogo platónico sobre el coraje, cuando el general Laques explica que puede confiar en lo que Socrates diga del coraje porque vio a Socrates tanqueando como un Protection Paladin lvl 70 en la batalla de Delio.
Dar cuenta de tu vida, de tu bios, no es dar una narrativa de quienes son tus padres y a donde fuiste al colegio y sacar autoridad de ahí, sino es específicamente demostrar que hay una relación entre tu discurso racional y la forma en la que vivís. Platón describe al individuo que cumple con este criterio como una “piedra de toque”, que es la piedra negra que usaban para frotar algo de oro y ver que tan puro es tal oro según qué marcas deja. En griego esta piedra se llama “basanos”. El rol de Sócrates Basado, entonces, es acribillarte a preguntas para ver si hay una armonía entre lo que decis y la forma en la que llevas tu vida para ver si no sos un hipócrita de mierda.
Y el segundo criterio es la permanencia, la continuidad, la estabilidad y la firmeza del verdadero parrhesiastes, el verdadero amigo, sobre sus elecciones, sus opiniones y sus pensamientos. Esta continuidad es importante para distinguirlo del sofista o del obsecuente o del hablador de gansadas, que cambia de opinión todo el tiempo o cuando le conviene. No porque el parrhesiastes no pueda cambiar de opinión, si no que cuando lo haga eso tiene que significar algo. Cuando el tipo que siempre dice que hay que formar 4-4-2 contra todo equipo que se te ponga adelante de repente dice que hay que meter otro delantero, ese cambio es significativo. Y el propio cambio lo vuelve notorio porque somos como el T-Rex que nuestra visión depende de los movimientos.
Más allá de Sócrates y Jurassic Park, Foucault señala que esto es, también, una idea cínica: esta idea de que una persona es nada más que su relación con la verdad. Cínicos son Diógenes y su legión de filósofos linyera. La escena que está el vago tirado en la pelopincho y viene Alejandro Magno a preguntarle qué es la sabiduría y Diógenes le dice que se corra que le tapa el sol. Vuelve lo de que el parrhesiastes se expone al peligro cuando dice la verdad, porque Alejandro lo puede mandar a hervir por atrevido en su propia pelopincho si quiere. Riesgo agravado porque mientras que el diálogo socrático arma todo un camino intrincado y sutil entre el entendimiento ignorante del que usa las palabras de manera inconsistente a finalmente darse cuenta lo ignorantes y guitarreros que somos, los diálogos cínicos son mucho más escandalosos, provocativos y conflictivos. Incluso violentos.
Diógenes te putea.
Y te putea enfrente de todos. A los cínicos no les gustaba la exclusión elitista del diálogo privado, y preferían hablarle a la multitud, en un teatro o donde sea que se hayan juntado. En una fiesta o en un evento religioso. El cínico se para arriba de la mesa en el cumpleaños de la sobrina y les dice a todos que son altos gatos conformistas. Foucault señala que la prédica cínica tiene poca doctrina positiva salvo la libertad y la independencia como criterios para evaluar cualquier tipo de comportamiento o modo de vida. Más bien se dedican a bardear. A bardear el lujo, las instituciones políticas, los códigos morales y a la yuta.
En esta línea se puede hacer una analogía del cinismo clásico con básicamente cualquier movimiento contracultural. Tenés una cultura hegemónica y después Ricky Espinosa que viene con tres acordes a decirle lo careta que es. Son formas de parrhesia fundamentalmente profanadoras y blasfemas. Chesterton dice que la blasfemia es un efecto artístico, porque depende de la convicción filosófica, de la creencia en que algo es sagrado para que tenga sentido que un punki lo elija como lugar para ir a hacerle caca encima. En ese sentido es tan autodestructivo como destructivo. Llega un punto que profanaste todo lo que es sagrado y ya no hay más contracultura porque no hay más cultura. Un cínico rompe todo pero no te dice qué hacer con las ruinas. Arreglate vos, k-po. Diogenes y Ricky out.
III.
Si la profanación parrhesistica tiene un rol cibernético para precipitar el cambio en un sistema, la sacralización también tiene un rol cibernético. La gente no sacraliza cosas nada más porque es ignorante y estúpida, si no para preservar la coherencia interna y la estabilidad del sistema. Dice Heidegger que el carácter fundamental de habitar es el de salvar y preservar. De elegir qué es lo que salvás y preservas, y que no. Si siempre profanas todo y siempre tratas de romper todo, no estás habitando ni tomando decisiones. Estás actuando de manera tan ciega como el que obedece sin pensar sus tradiciones. En este orden, Giorgio Agamben dice que sacralizar y profanar son dos verbos. Vos sacralizás o profanás. Sacralizás la 10 cuando la sacás de circulación. No dejás que nadie la use y la ponés en una vitrina para que las generaciones futuras la veneren y se inspiren con ella. Y profanás la 10 cuando movilizás su poder en la cancha. El Rey Sagrado, El Diego, duerme debajo de una colina sagrada pero cuando la patria esté en peligro se va a despertar para venir a salvarnos.
Esta idea nos permite lidiar con a) No puede ser que el Diego esté muerto y b) Que jodido que se puso todo. Bueno, tan jodido no. Si las cosas estuviesen realmente jodidas el Rey Sagrado volvería y las solucionaría con su grossura. c) Yo soy ese. Yo soy el Rey Sagrado. Nosotros somos la gente del Rey Sagrado, y juntos podemos.
Mover elementos aparentemente arbitrarios al reino de lo sagrado, donde no los puede tocar nadie, tiene una función sinérgica y homeostática. Reconoce cómo pueden apoyarse mutuamente los elementos operativos para que los resultados de lo que hacen sean mayores que cada elemento actuando por separado. Para que el todo funcione mejor, puede ser que alguna de las partes produzca un resultado subóptimo en base a sus propios criterios. Yo me privo de lo que es sagrado en pos del bien común.
Esta es una de las ochocientas millones de críticas que Nietzsche hace del cristianismo, que lo que considera “bueno” en realidad es bueno para los demás. No bueno para vos, que sos gay y el cura te dice que le chupa un huevo, que igual te tenés que casar con alguien del sexo opuesto y tener un montón de hijos. Si sos una persona muy generosa podés kinda ver como esos hijos contribuyen al bien común si representan más mano de obra y crecimiento económico, más soldados que garanticen la seguridad contra invasiones externas y todo así, pero casarte y tenerlos sigue significando que tenés que llevar una vida que no querés llevar. Entonces vos tendrías que evaluar si es mejor perseguir lo que es mejor para vos o lo que es mejor para la comunidad, y si es posible encontrar un compromiso que deje a todos contentos.
En la práctica, esto no tiene ni chance de amagar a suceder. Las tradiciones generalmente se presentan como dadas y sus defensores prefieren cagarte a piedrazos antes de ponerse a discutir los pros y contras de la heterosexualidad forzada. Agravado porque las explicaciones cibernéticas de por qué es importante que un objeto o un espacio sagrado no se toque no necesariamente están codificadas en el objeto o el espacio. Es más, es posible que esas explicaciones nunca hayan sido ni derivadas por los fundadores del sistema ni codificadas en ningún lado, y haya que deducirlas ad hoc. Esto es lo que dice la parábola del Poste de Chesterton.
Chesterton se imagina que una gran conmoción se levanta en la calle sobre un asunto, digamos, un poste de luz, que muchas personas influyentes quieren tirar abajo. Un monje de gris, el espíritu de la Edad Media, es consultado al respecto y empieza a decir, a la manera de los escolásticos:
-Antes que nada consideremos, hermanos y hermanas, el valor de La Luz. Si la Luz es en sí misma un bien–
Y a esta altura es atropellado por la multitud, quizás, justamente. La gente entonces va corriendo al poste de luz, en diez minutos lo tiran y ahí se empiezan a felicitar todos por su practicalidad tan poco medieval. Pero resulta que algunas personas querían bajar el poste de luz para robarse los cables, otros querían el hierro, otros ansiaban la oscuridad para cometer toda clase de actos malignos y pecaminosos. Otros querían un poste de luz que consumiera menos energía, otros uno más bonito. Algunos actuaron en pos de destruir propiedad municipal, otros para romper algo. Se arma guerra en la noche, nadie muy seguro de a quién le está pegando. Así que, gradual e inevitablemente, hoy, mañana o el día siguiente, surge la idea de que quizás el monje tenía razón, y que todo verdaderamente depende de cual es la naturaleza filosófica de La Luz. Solo que ahora, lo que podríamos haber discutido a la luz del poste lo tenemos que hacer en la oscuridad.
IV.
Generalmente esto del poste se lo interpreta como un argumento conservador. No hay que ponerse a toquetear cosas que no sabemos que son porque nos van a explotar en la cara. Ningún chico nace sabiendo por qué la 10 está en la vitrina. Hace falta que alguien se lo explique, y según qué explicación le den y que entienda ese chico de la explicación decidirá cuando sea grande si es mejor dejar la camiseta ahí o dársela a alguien que heredará su poder o tirarla a la mierda porque es un trapo viejo y el Diego debe ser repudiado junto a Gardel, Eva Perón y el Che Guevara como decía Sebreli. Pensemos en los cuatro chicos del Haggadah, que ya sabés quienes son porque leíste intensamente la primera parte de este ensayo y se la pasaste a todas tus amistades. ¿Cómo interactuaría con la historia del poste de luz o del Diego un niño sabio, un niño demonio, un niño simple y un niño que no sabe preguntar?
El niño sabio y el niño demonio comparten la intención y el poder de entender y transformar la realidad, ya sea en pos del bien común o para beneficio propio o tratando de encontrar algún punto de equilibrio. Y el niño simple y el niño que no sabe preguntar comparten retóricas inherentemente conservadoras. El niño simple, que quiere demostrar filiación con un grupo de pertenencia, no te va a dejar tocar la camiseta en la vitrina porque es nuestra. Y si no respetás nuestras tradiciones sos de los otros y debés morir. Son ellos, los enemigos del Diego, contra nosotros, la gente del Diego, la luz que nos guía.
Y el chico que no sabe preguntar no se imagina que puede cuestionar la tradición. Como no sabe preguntar, no se puede preguntar por la naturaleza filosófica de la luz que guía la ubicación del poste de luz. Pero tampoco le importa mucho si está ahí o no o qué hacemos con nuestros ídolos imperfectos. Más bien va a tratar de sentir vagamente que piensan los demás acerca de eso y tratar de proyectar que opina lo mismo. Recordemos que el niño que no sabe preguntar no pregunta porque habita un contexto de niños simples, que te cagan a piedrazos si te identifican como un otro, y su discurso se vuelve hermético porque el hermetismo te protege contra una interpretación definitiva. Si te identifican como un enemigo por algo que dijiste, siempre podés decir que te entendieron mal. Que en realidad con la que tiraste quisiste decir algo más alineado con la gente que está enfrente tuyo con piedras en la mano.
Y aunque tu defensa no tenga sentido, es muy difícil y muy engorroso refutarte con LÓGICA Y DATOS, porque en este tipo de discurso no importan ni la lógica ni los datos. Lejos de pensar en silogismos aristotélicos, en “A implica B”, nuestro pensamiento normalmente busca un A que cause B, creando una lógica narrativa. La diferencia formal con una ecuación normal (“A es igual a B”) es que no es reversible. B no causa A. La relación entre A y B pasa a ser más bien contingente y arbitraria. Por eso esa lógica puede estar basada en algunos datos, o ningún dato o ir en contra de todos los datos, y a partir de una contradicción se puede demostrar cualquier cosa.
En lógica, esto se llama principio de Pseudo-Scotus o, mucho más copado, EXPLOSIÓN DEDUCTIVA, por la multiplicidad de cosas que podés demostrar a partir de tratar que dos proposiciones que se contradicen cuadren. Por eso no podes debunkear la postura de nadie con lógica y datos. Porque no se constituye así. A los juicios no se llega por deducción ni por inducción. El juicio no tiene nada en común con las operaciones lógicas, y sí con el gusto estético y la conciencia moral. Nuestros juicios no tienen pruebas pero tampoco dudas.
“No tengo pruebas pero tampoco dudas” es un pronunciamiento místico. Hablar de cosas de las que no se puede hablar porque las intuiciones primarias rompen la gramática del lenguaje, la distinción entre sujeto, verbo, objeto y tu vieja. Chomsky dice que el lenguaje se mueve a través de distancias estructurales mínimas, y nunca trabajando con las mucho más simples distancias mínimas lineales, aunque estas sean más fáciles de procesar en un sentido computacional de la palabra. Un místico se expresa a través de metáforas y asociaciones vagas que no tienen ningún sentido lógico. Es decir, llevando la contra a todo lo que diga Chomsky.
Cualquier persona que trate de derivar racionalmente las mecánicas del lenguaje desde el grado 0, como quiso hacer Wittgenstein, por ejemplo, se tiene que volver completamente loca con esto. ¿Cómo puede ser que algo que no tiene ningún sentido transmita sentido? Más todavía, un sentido plural, ambigüo y contingente. Distinto al lenguaje analítico de John Wilkins, donde cada palabra dice una sola cosa y siempre lo mismo lo lea quien lo lea. El problema, y uno de los motivos que causa la deriva hacia no saber preguntar, es lo que decía Lugones de que todo el lenguaje está hecho de metáforas muertas. Cristalizaciones y achatamientos de pronunciamientos que fueron místicos, y debajo de los cuales todavía palpita la mística, lista para volver a reventarnos la lógica y los datos al menor descuido.
El procedimiento opuesto, tratar de reducir la experiencia mística a Lógica y Datos, es lo que trataron de hacer los escolásticos en la Edad Media, y así les fue. Se la pusieron contra Meister Eikhart, que decía que no hay un camino para llegar a la verdad, y si insistís en un camino para llegar a la verdad lo que encontrás es el camino, y no la verdad. La multitud chasquea los dedos.
Esta distinción entre el discurso directo y los pronunciamientos herméticos es muy clara en la música. Tenés por un lado a Ricky Espinosa, que tiene la sutileza de los mongoles. Si él en su canción llamada “Odio El Sistema Social” dice en un verso “odio el sistema social”, nadie va a discutir que eso quiere decir que odia el sistema social. Pero si por ejemplo el Indio Solari dice en “Nuestro Amo Juega al Esclavo” que hay “mucha tropa riendo en la calle con su muecas rotas cromadas”, esa es una frase ambigua que vos tenés que interpretar. Incluso una frase en apariencia más directa como “el lujo es vulgaridad” es ambigua en el contexto de la canción (porque presumiblemente lo dice una prostituta que te dice lo que queres escuchar, porque queda implícito que el que fue conquistado por eso es un idiota, porque de esa miel no comen las hormigas, porque podemos estar así todo el día) y ambiguo afuera de la canción porque el Indio Solari vive en un country, y ese mismo hecho se vuelve un elemento del texto que vos tenés que interpretar. Un fan de los Redonditos de Ricota va a decir que en realidad los redonditos de ricota son unos ravioles literales que hacía el cocinero de la banda y otro dirá que un redondito de ricota es claramente un raviol de cocaína y no le podés preguntar al Indio Solari. Primero porque vive en un barrio cerrado con vigilancia las 24hs. Y segundo porque aunque pudieras armar un equipo con un conjunto particular de habilidades, evadir a los guardias y meterte en la casa del Indio, él simplemente no te va a contestar nada útil. O te va a dar más cosas para interpretar o te va a decir que siempre que alguien le pregunta por el significado de las letras es mejor que no diga nada, porque se romperían las tensiones que hacen que la canción funcione. ¿Quién tiene razón?
V.
Si me puse a hablar de los redonditos de ricota y amagaste a contestar cual es tu interpretación hegeliana de “Nuestro Amo Juega al Esclavo” o de lo del lujo o del nombre de la banda y quien es Patricio Rey, habrás notado que las imágenes inescrutables o inaccesibles invitan abiertamente a la participación y la completitud. Esa es otra función importante del hermetismo en un contexto de gente que busca afiliaciones tribales, y es que si vos te ponés a interpretar las gansadas que digo, te volvés automáticamente de los míos.
Estas imágenes herméticas a la Indio Solari (los indios van en una tribu, pero este está solari. Y el estar solo dentro de la tribu implica que puede ver su propia tribu desde afuera. Y sus anteojos negros y redondos [¿De ricota? ¿Los redonditos de ricota son los ojos?] quieren decir que la verdad es al mismo tiempo opaca y un reflejo de vos mismo en la superficie negra…) son lo que en lógica se llama “silogismos incompletos”. Es decir, dos puntitos (¿Dos redonditos?) para que el cerebro conecte. Y cómo le gusta al cerebro conectar esos puntitos. Millones de años de evolución le ha dado a nuestro cerebro un mecanismo de autofalopearse cuando consigue unir esos dos puntitos. Pero no es tan fácil, dice Angus Fletcher en su libro Wonderworks. Millones de años de evolución le han dado también a nuestro cerebro la cualidad de no querer perder el tiempo en boludeces, tratando de conectar puntos que no se pueden conectar, buscando respuestas que no pueden saberse o no importan.
El punto justo, el que hace que la dopamina fluya como fafafa en misa ricotera es cuando se cumplen dos condiciones: tenemos que tener una idea general de cómo es la respuesta, y al mismo tiempo no estar del todo seguros. Porque si tenemos una idea general quiere decir que la verdad no está lejos. Pero si no estamos seguros, entonces es posible que la respuesta sea diferente de lo que ya sabemos. Un cachito más de información podría cambiarlo todo. Cada imagen incompleta es dulce, pero no satisface el hambre. No se entiende el menú pero la salsa abunda. Da más hambre. Hay data, pero es contradictoria. Viejas compotas que no dan respiro al caníbal que hay en mí. ¿Es este el momento de la verdad? Se amasan las fortunas, se cargan los bolsillos. De presa seca, de oro falso, de vermouth. Puede que sí, puede que no. Me acaban el cerebro a mordiscos bebiendo el jugo de mi corazón ¿Soy, acaso, yo el rey sagrado que reunirá los siete redonditos de ricota y revivirá al Diego que conseguirá que la gente deje de mezclar metáforas para siempre? Puede que sí, puede que no. Droga. Droguita. Dame la pala. Por favor, que el adiós no se alargue. Me cansé de tanto esperar. Cuando el fuego crezca quiero estar allí.
Y entonces lo que queda es una alusión a un conocimiento oculto, accesible solo para los iniciados. Pero esto es todo un fenómeno estético. Ese conocimiento no es real, en el sentido de que no hace nada y no sirve para nada. Interpretarlo es una rueda de hámster que te mantiene entretenido, porque es un código desconectado de la naturaleza, que en ningún momento toca pasto. Otro artista que mucha gente se droga interpretando, Luis Alberto Spinetta, dice que él pretendía decir una cosa pero que quizás no estaba siempre tan consciente de eso al momento de escribir la letra, y en definitiva cada uno tiene que encontrar su propio significado. En el grado 0 de la retórica, eso significa que no significa nada.
“Fanáticos. Lo que más odio es haber creado fanáticos cuando yo nunca he sido fanático en mi obra. Eso es doloroso. Y creo que yo generé parte del fanatismo que llevó a un grupo de gente a chiflar a un tipo como Charly. Siento que a mí no me aceptan, tampoco: se han fanatizado tanto que si me salgo de las casillas, si hago algo no contemplado dentro de los límites de su fanatismo, me deben de odiar. En vez de sorprenderse, odian. Pero hay algo de mi obra que parece haber llevado implícita esa cosa sectaria. Se ve que el producto entre mis obras y las mentes, algo “así” (gesto de locura) genera una forma particular de fanatismo. Puedo decir que son unos pelotudos porque me han hecho el objeto de su fanatismo.”
-Spinetta entrevistado por Eduardo Berti en Crónica e Iluminaciones.
Si alguna vez jugaste D&D o Cthulhu, sabés que si vos te metés en la guarida de los cultistas, los cultistas sacan sus dagas y te atacan. No importa culto de qué, te van a tratar de sacrificar a eso. Porque involucrarse profundamente con algo incentiva a todo el mundo a tomárselo mucho más en serio que antes. A preservar lo que es sagrado contra cualquier invasor que quiera venir a profanarlo exigiendo explicaciones de que carajo quisiste hacer o decir.
Es por esto que, en el marco del Haggadah, el niño que no sabe preguntar domina retóricamente al niño simple, porque lo mete en su secta. Y el niño simple domina retóricamente al niño demonio porque no hace caso a sus intentos de manipulación. No importa lo que le diga porque no lo escucha por ser de los otros. Y el niño demonio domina retóricamente al niño sabio porque además de usar todos los recursos de la verdad, usa también los de la mentira.
Está en un polo la comunicación hermética conservadora del que no sabe preguntar, y en el otro las explicaciones directas, que son las que profanan la realidad para poder transformarla. Pero enfatizamos que no es que uno tiene razón y el otro no. Es que ambos sistemas tienen funciones cibernéticas. Una es sinérgica y homeostática, busca salvar y preservar la coherencia interna, y la otra precipitar el cambio, anticipándose a las oportunidades y las amenazas del afuera. Una mira el pasado y el presente del sistema y otra su futuro y su potencial. ¿Y quien decide a qué darle prioridad? ¿Cuál es la función cibernética que decide si somos progres o conservadores?
Es el juicio, en el sentido kantiano de la palabra. Entonces hay que ver cómo se constituyen y funcionan nuestros juicios.