Para Hannah Arendt, el gusto es el vehículo del juicio. Dice Robert Sapolsky en Decide, el libro de donde voy a sacar todo lo que diga remotamente relacionado con biología, que en los mamíferos la corteza insular del cerebro se activa cuando olemos o lengüeteamos algo rancio, y eso nos hace escupir todo y nos protege contra morir envenenados como unos giles. Es una función que evolucionó hace cientos de millones de años para ser discriminatoria. Para decir: me agrada o no me agrada, me conviene o no me conviene, y ocurre sin mediación del pensamiento o de la reflexión, en parte porque todavía no habíamos desarrollado ninguna de las dos.
Hace algunas decenas de miles de años desarrollamos las dos, gracias al crecimiento de la corteza prefrontal. Esto es, la capacidad de trabajar no solo con lo que está adelante nuestro oliendo dulce o rancio si no haciendo presente aquello que está ausente, en forma de una imagen o una representación mental. Pasamos a vivir no en un mundo, sino en la representación de un mundo. Un mundo de lenguaje, donde La Gramática es Dios y Chomsky es su Profeta.
Ahora, si yo digo “lenguaje”, lo más probable es que pienses en idiomas: español, inglés, chino, francés. Para Chomsky esos son Lenguajes E (externos), y le chupan un huevo. Para él el objeto de estudio de la lingüística son los lenguajes I (internos). No aquello que usamos para comunicarnos, sino aquello que usamos para pensar. Pensar es una operación que agarra imágenes, objetos ya construidos, y construye con ellos una nueva imagen, un nuevo objeto, que a su vez puede ser combinado con otro objeto para seguir construyendo objetos, una y otra vez hasta que llegue el dulce abrazo de la muerte. Chomsky llama a esa operación recursiva #Merge (Unir), y genera automáticamente un sistema ilimitado de expresiones estructuradas jerárquicamente. Un lenguaje.
Una suricata no puede hacer nada de esto. Está vigilando la madriguera, y si ve un águila puede hacer un ruido que las otras suricatas entienden como “águila”, y se esconden abajo de algo para que no las agarren. Si en cambio ven un chacal, hacen otro ruido y las suricatas que lo escuchan se esconden allí donde los chacales no lleguen. El abismo de Helm, ponele. Esta reacción de la suricata es inmediata, como el me gusta/no me gusta, y no ocurre en ausencia de águila o chacal. No tiene tampoco la forma #Merge(depredador+arriba) que podría presuponer #Merge (depredador+X), que le permitiría procesar depredadores que vengan de cualquier lado. Y a su vez a esa expresión se le podría seguir agregando información #Merge(depredador arriba+viene) distinto a #Merge(depredador arriba+se va). Si vos no entendés la gramática generativa de Chomsky, mucho menos la suricata.
La suricata no evolucionó una gramática así porque no le rendía tanto en el contexto en que evolucionó. Si tus únicas amenazas son siempre las águilas y los chacales, tené un ruido para cada uno y listo. Pero la gramática generativa es, aunque fisiológicamente costosa, mucho más eficiente para enfrentar un mundo cambiante que el sistema fijo. Con el sistema fijo tenés un ruido para “águila” y otro para “chacal” pero no te podés defender de, digamos, #Merge(depredador+escondido+arbusto), la primera vez que aparece, y terminás en su panza y se reproducen aquellas criaturas que sí desarrollaron gramática generativa. Como vos.
Si vos estabas esperando que la criatura escondida en el arbusto sea un chacal y por eso trajiste tu fiel revolver anti-chacales patentado marca ACME pero de repente salta el bicho y es un león, no tenés tiempo de ir a tu casa a buscar tu poderoso rifle anti-leones patentado marca Hemingway. Improvisas y le tiras con lo que tengas o te morís. Con la llegada de la capacidad para el lenguaje, para el pensamiento mergista, el cerebro improvisó con las herramientas que tenía a mano y esa corteza insular que nos ayudaba a sentir agrado y desagrado, empezó a ser usada también para trabajar con cualquier concepción abstracta. Por ejemplo, las concepciones morales, y a reaccionar de la misma forma a las violaciones normativas que a la comida podrida: con asco y una activación de la amígdala, que es la parte del cerebro que maneja el miedo y la agresión. En los estudios que cita Sapolsky se ve también el efecto contrario en cuanto al gusto. Dale de comer cosas ricas y dulces a los voluntarios y se van a evaluar a sí mismos más positivamente, y van a evaluar las caras y las pinturas que vean como más atractivas. Y por eso, antes de seguir leyendo, deberías ir a comerte un chocolatito.
Aristóteles decía que lo que en el pensamiento son la afirmación y la negación, son, en el deseo, la persecución y la huida. Para entender con qué criterio asocia el juicio una imagen (de una acción o de una abstracción o de una cara) con una sensación de agrado o desagrado para afirmarla o negarla hay primero que introducir otro concepto cibernético que es la Variedad.
II.
El ciberneticista estrella Stafford Beer dice que cada sistema tiene un atributo que es la variedad, la cantidad de estados que puede asumir. Se mide en bits y cada bit equivale a responder a una pregunta por sí o por no. Una piedra, por ejemplo, no tiene mucha variedad. Es una piedra. Si le preguntás si sigue ahí siendo una piedra la respuesta generalmente va a ser “sí”, y eso no va a cambiar por su cuenta.
Una suricata tiene más variedad que una piedra. Además de estar ahí quietita durmiendo puede despertarse, salir corriendo, buscar comida, comer, hacer una madriguera, pegar un grito, esconderse, reproducirse, hacerse amiga de un jabalí, cantar Hakuna Matata, enfermarse. Si queremos regular una piedra o una suricata como sistemas, necesitamos ser capaces de entender los estados en los que podemos encontrar a la piedra o a la suricata. Es decir, la regulación de un sistema presupone una variedad equivalente en el ente regulador. Nadie es competente para regular nada que no esté contenido dentro del modelo del mundo a través del que opera. Tampoco se puede regular algo que cambie de estado a un ritmo mayor al que el regulador necesita para preguntarle en qué estado está, y procesar la respuesta. Si querés regular a una suricata tenés que saber no solo que tiene que comer, que hace caca, que se puede enfermar, que le gusta hacer madrigueras y reproducirse, si no cada cuanto tiempo hace todas esas cosas.
Luego, Messi tiene más variedad que una suricata. Además de todo lo que hace la suricata, también hace MÁS cosas. Como jugar al fútbol. Si hay un defensor tratando de marcar a Messi, de regularlo, lo va a lograr en cuanto despliegue, al menos, una variedad equivalente a la de Messi. A que pueda asumir tantos estados como los que Messi puede asumir al ritmo que él los asume. Si no lo hace, Messi se le va a escapar para hacer veintiocho goles. Por eso es que generalmente hacen falta dos o tres defensores para marcar a Messi. “Solo la variedad puede absorber variedad” dice William Ross Ashby, otro ciberneticista estrella. La variedad no absorbida produce inestabilidad, y eso es lo que trata de evitar un regulador cuando regula.
Esta regulación consiste en amplificar o atenuar variedad en distintos niveles de recursión del sistema y a través de distintos métodos. Poner a la suricata adentro de una jaulita reduce su variedad en cuanto a que limita su movilidad, y esta limitación produce una inestabilidad en cuanto a que la limita para buscar comida. Si tenes una suricata en una jaula tenés que darle de comer vos, regulador, o se te muere.
Regular un sistema requiere, además, entender que este puede reaccionar o anticiparse a nuestros intentos de regularlo, y que en otros niveles de recursión puede haber otros reguladores afectando el mismo sistema, quizás involuntariamente o quizás de manera contraria a lo que queremos nosotros. Los esquemas tácticos de Scaloni tratan de amplificar todavía más la variedad de Messi y los esquemas del técnico rival, de atenuarla. La regla del offside, la justicia que lo persigue por evasión de impuestos, estar casado o una lesión en los isquiotibiales atenúan la variedad de Messi en niveles de recursión distintos a las marcas de los defensores, pero el efecto de regulación es análogo: menos variedad para Messi.
Luego, cualquier intento de regulación no es una decisión discreta sino que tiene consecuencias en todo el sistema, a veces de atenuación y a veces de amplificación. Estar felizmente casado con Antonela limita la variedad de Messi en algunos ámbitos, como en la persecución libertina de mujeres de vida licenciosa, pero la amplifica en otros, como en la crianza de los hijos o en su estabilidad emocional. Y si Messi puede ahorrar variedad en esos menesteres menores después la puede desplegar en lo que verdaderamente importa que es evadir defensores para embocar la pelotita en el coso y que el Diego desde el cielo sonría.
Pero si siempre hay tantos reguladores actuando sobre cada sistema en distintos niveles de recursión, ¿Esto quiere decir que me puedo quedar en mi casa porque en la práctica todo sistema se regula solo? Sí y no. En cibernética, “estabilidad” es distinto a “equilibrio”. Equilibrio es un estado estático y estabilidad es un rango de variaciones donde el sistema mantiene su identidad. Es decir, sigue haciendo lo que hace. El efecto acumulado de las regulaciones es que todo sistema complejo tiende a ciertos atractores de equilibrio, pero esos equilibrios no necesariamente se alcanzan, ni podemos asumir que aunque lo hicieran serían beneficiosos para la estabilidad del sistema. Ashby concibió su Ley de Ashby (“Solo la variedad puede absorber variedad”) con el mismo uso de la palabra “Ley” que en la Ley de Gravedad. Tal como un cohete se la pone contra la tierra si no tiene suficiente fuerza para superar la gravedad (ponerselá es un estado de equilibrio), si no diseñás activamente los atenuadores y amplificadores de variedad a lo largo del sistema, la Ley de Ashby los va a ubicar en cualquier lado, donde pinte. Por defecto, las variedades operativas, ambientales y gerenciales se difunden a través del sistema y tienden a igualarse. Y cuando eso sucede sufren los cohetes, sufren las suricatas y sufren los seres humanos. Si esperás a que la naturaleza haga toda la ingeniería de variedad por vos, en el mejor de los casos vas a perder efectividad regulatoria, y en el peor de los casos nos vamos a morir todos.
Eso de morirnos todos es lo que trata de evitar esta serie.
Stafford Beer dice que no hace falta que haya un evento único catastrófico que nos mate a todos. LA causa de la caída de Roma. Un sistema complejo como el Imperio Romano (¿Hace cuánto que no pensabas en el Imperio Romano?) falla porque es potencialmente inestable y una concatenación de circunstancias actualiza esa potencialidad. El mismo evento (una plaga, una invasión bárbara, la filtración de un video borroso de Rómulo Augústulo enterrando unos bolsos con plata en su quinta en Egipto) quizás no hubiese sido tan catastrófico si el sistema se hubiese encontrado en otro estado. La patada de un defensor no detiene a Messi si Messi no está ahí para recibirla.
III.
La regulación de variedad estuvo en tu interior todo este tiempo.
Nuestros sentidos juntan una cantidad ridícula de información a una tasa aproximada de 10^9 bits por segundo (125 megas, más de lo que me da Telecom de internet), pero nada más podemos pensar conscientemente a 10 bits por segundo. Es decir, que de las mil millones de preguntas por sí o por no que los sentidos nos plantean cada segundo, podemos responder conscientemente a, como mucho, diez.
Este filtro brutal de variedad es una cuestión de supervivencia. El mundo es extraordinariamente complicado y un organismo tiene que tomar decisiones lo más rápido que pueda para poder sobrevivir. Entonces no tiene tiempo para ponerse a procesar conscientemente mil millones de preguntas. Eso es una receta para morir. Justamente, dice John Boyd, presentar amenazas más rápido de lo que el enemigo es capaz de aprehenderlas es la forma en la que ganás una guerra.
La solución es no preguntarle todo a la tarada de la conciencia, a la glacial corteza prefrontal, y más bien resolver todo lo que se pueda en otras partes del cerebro que son menos pelotudas. Por internet circula un manual de sabotaje que la CIA supuestamente repartía a los obreros fabriles en la Francia ocupada por los Nazis, que dice que no tienen que desobedecer órdenes, porque si se hacen mucho les petit coqs los fusilan. Que la mejor manera de sabotear las fábricas era insistir que todo se haga según el procedimiento, que cada decisión por más boluda que sea se consulte con un superior, que no se tome ningún atajo jamás, que se vuelva a hacer todo lo que no salga perfecto. Y esa es la receta para que la fábrica no produzca nunca nada, saturar la variedad de sus reguladores con gilada irrelevante.
La versión cerebral sería tratar de procesar conscientemente todo, lo que haría que el organismo no pudiese hacer nada, como Funes tirado en el catre. Regulatoriamente más efectivo es que haya un proceso más rápido encargándose de la mayoría de las cosas, el juicio basado en el gusto del que hablábamos antes, y que derive aquello que no sea tan urgente a otro proceso, que se tome su tiempo considerando posibilidades y considerando la naturaleza filosófica de la luz.
¿Qué tan bien funciona esto? Mientras más práctica tenemos con algo, mejor lo hacemos. Duh. Cuando recién empezás a tocar un instrumento musical o a escribir o a andar en bicicleta o a gankear n00bs, tu ancho de banda, la variedad de la que dispones para absorber variedad, está sobrecargada de los detalles de qué están haciendo tus dedos o donde pones los pies y que se yo. Entonces tocás como el orto porque tu razón no da abasto. Pero a medida que practicas y repetís y practicás, cada vez menos partes de las tareas se derivan a la razón y ésta queda liberada para preguntarse a 10 bits por segundo sobre nuevos aspectos del proceso. No tenés que pensar más “ahora este pie baja y el otro sube” o “ahora viene LA y después DO entonces tengo que mover la mano para allá” porque eso sucede en piloto automático, a 125 megas por segundo. Los antiguos sabios de los monasterios orientales llamaban a este arcano proceso, “aprender”.
IV.
Marshal McLuhan decía que la gente se adapta a su ambiente, cualquiera que sea, con un cierto balance entre los sentidos: la vista, el oído, el tacto, el olfato, el gusto y la intuición femenina. Si algo viene a intensificar un sentido, los otros cambiarán en intensidad también, para intentar recobrar un equilibrio. Sapolsky cita un estudio donde le vendan los ojos a un voluntario por una semana y le empiezan a salir proyecciones de la corteza auditiva de su cerebro a colonizar su corteza visual durmiente, y ahora el voluntario puede escuchar la caída de un alfiler en el cuarto de al lado. Un organismo aprende. Y si estás escuchando a la filarmónica de Viena tocando la sinfonía de cámara nº 1 de Schoenberg y las disonancias te agobian, ayuda cerrar los ojos. Ahorras variedad a través de la vista y la desplegás procesando información auditiva. Pero si estás en un auto buscando donde estacionar, entonces bajas el volumen de la radio o Schoenberg va a hacer que choques. Tenés lugar en la cabeza para tres acordes y te estás arriesgando.
En How Music Works, David Byrne dice que la música que te gusta suele ser la que funciona en el ambiente donde la escuchás. ¿Qué quiere decir que “funciona”? Que su producción valora elementos de la composición que quien escuche la música es capaz de distinguir. Un cuarteto de cuerdas necesita un lugar cerrado y tranquilo para que la gente pueda prestar atención a detallitos y sutilezas que surgen de la interacción entre los instrumentos. En el campo abierto el viento, la lluvia y los teros teros conspiran para tapar los violines, y la gente hace música con bombos legüeros y sapucais que transmiten las emociones del paisano a través de cualquier barrera que pudieran ponerle los elementos. El caso que tira David Byrne es el CBGBs, que era un lugar muy ruidoso y cerrado, y entonces la gente tocaba punk rock. Está el ambiente como reductor o amplificador de variedad, y está también el público, que sabe más o menos de música, que está prestando más o menos atención y hay una franja justa donde la variedad de la música interseca con la variedad de su audiencia y se crea un sistema de construcción de sentido que “funciona”.
Mihaly Csíkszentmihályi (Ejemplo de reducción de variedad: ese nombre es más impronunciable por el aparato fonador humano que Cthulhu, hasta que aplicás la técnica regulatoria de separarlo en sílabas. Csiks-zent-mi-hál-yi) propuso la hipótesis del flow para este fenómeno de “que bien que la estoy pasando”. Si tu variedad es mayor a la de la música, te aburris porque te parece muy sonsa. Si la música tiene más variedad de la que podés absorber, te confunde y te marea y para qué necesitan 45 instrumentos si la mitad ni se escuchan.
Estar surfeando en la franja del flow hace que la música te guste, pero generalmente no estás condenado a cierta música y no a otra para siempre no importa lo que hagas, porque tanto la variedad de la música como la tuya pueden ajustarse. Podes escucharla en un lugar más apropiado. O podés estudiar teoría musical hasta ser capaz de apreciar cómo los diferentes elementos armónicos y melódicos de una sinfonía trabajan sinérgicamente para el engrandecimiento del conjunto, que se enriquece todavía más cuando interactúa con toda una tradición musical. O te podes drogar hasta que cualquier secuencia aleatoria de beep-boops disipe en tu mente la ilusión del tiempo y el espacio y el ser y el Universo se presente como un todo unificado y que ganas de salir a buscar unas papitas, che. Jaja, papitas rima con chapitas, como las de las latitas. Jaja, a todo lo que le agregues “itas” rima.
Jaja.
Y así es como el juicio une conceptos abstractos con sensaciones positivas o negativas, aprendiendo a través de la regulación de variedad. Pero es importante recordar que esto ocurre en un número indeterminado de niveles de recursión al mismo tiempo. Podemos hablar de neurotransmisores, de hormonas, de cómo fue nuestra infancia, de cómo vivían nuestros ancestros homínidos, de como sobrevivían las amebas, en fin. Los distintos niveles de recursión interactúan de maneras complejas y difíciles de modelar y toda explicación lineal siempre va a estar incompleta. Modelemos una infancia suburbana aburrida donde el heavy metal nos hace entrar en flow injectándole variedad a nuestras vidas y de ahí salimos a buscar un metal más pesado a medida que la vida se iba volviendo más rutinaria y sofocante, y de ahí Slippery Slope black metal nacional socialista Ásatrú sønner av Odin Ay no.
Pero no es tan así. No es que escuchando metal te vas a volver indefectiblemente Nazi. Los estudios que cita Sapolsky dicen que hay una relación entre ser facho y tener una amígdala muy desarrollada. La amígdala es la parte que siente miedo, asco, amenaza, y se activa frente a impurezas, contaminación, gente con rostros que se nos hacen extraños. Full Nazi. Pero si también tenemos desarrollado el córtex del cíngulo anterior, que ayuda a regular la presión sanguínea y el ritmo cardíaco, la inhibición verbal, la anticipación de premios, la toma de decisiones, la empatía y las emociones, entonces no vamos a ser Nazis sin importar cuánto metal vikingo escuchemos. El córtex del cíngulo anterior nos va a volver zurditos hippies que abrazan árboles.
De todos los niveles de recursión posibles en los que este fenómeno de adaptación mediante regulación de variedad ocurre, me voy a centrar en el nivel mediático. Primero, porque toda nuestra percepción está mediada por los sentidos. Y segundo porque nada va a hacer que hayas nacido con una amígdala más chica o más receptores de serotonina, y si tuviste una infancia de mierda donde te fajaban todos los días nada va a hacer que retroactivamente sea buena. Pero sí debería ser posible afectar las preferencias de un individuo alterando su dieta mediática.
V.
Otra vez bien fuerte, nuestra percepción está mediada por los sentidos. Entonces tal como aprendes a tocar la guitarra pasando mucho tiempo tocando la guitarra, si pasás mucho tiempo con experiencias mediatizadas con un sentido por sobre los demás tu sistema nervioso aprende que ese sentido es el importante. A nivel social, esto escala (mucha gente entendiendo simultáneamente la realidad a través de los mismos medios) y da origen a lo que McLuhan distingue como “Culturas Visuales” donde el sentido más importante es la vista y “Culturas Aurales-Táctiles”, donde el oído y el tacto son más importantes. Estas culturas tienen características diferentes porque los sentidos traen diferentes tipos de información, que requiere diferentes protocolos de regulación de toda esa variedad que tiene que pasar a 10 bits por segundo.
McLuhan dice que el ojo crea una distancia fría, de desapego, entre el sujeto que contempla y el fenómeno que es contemplado. El ojo divide el mundo en fragmentos uniformes y legibles como textos, que luego pueden ser reacomodados para construir un orden racional. Racional acá quiere decir uniforme, continuo, secuencial. Es una cultura letrada o de especialistas, de individuos que tienen puntos de vista propios y una imagen definida de sí mismos. Del alfabeto, de la imprenta, del cine, del reloj y, para unir esto con los capítulos anteriores, de desacralización, detribalización, del grado cero de la retórica, de los niños sabios y los niños sofistas.
La cultura aural-táctil es todo lo contrario, un universo sagrado dominado por la sensibilidad del oído y lo que se puede tocar. Es la de la voz hablada, la radio, la televisión que queda prendida de fondo, el arte altamente participativo y la política altamente participativa, el mosaico, lo discontinuo que se interrelaciona, las texturas, la revelación como fuente de conocimiento, lo colectivo, la pertenencia, la organización tribal, la mística, la pluralidad de roles, los niños simples y los niños que no saben preguntar.
Entre estas dos culturas hay, podríamos decir, una grieta. Y el próximo capítulo es sobre la grieta entendida como fenómeno mediático.
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